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Victimización policial


El presente es una reedición de un artículo publicado circa 1999 cuando teníamos la "mejor policía del mundo. Lamentablemente, hoy estas palabras cobran nuevamente vigencia ante casos de violencia institucional en los cuales se observa a la policía como víctima y, simultáneamente, como victimario de un perverso juego político. Dicho juego consiste en el empleo de las fuerzas de seguridad para sostener determinadas medidas de gobierno, por parte del poder político, reprimiendo expresiones en contra del dicho modelo sin plena conciencia que se trata de una manipulación según la cual esas fuerzas terminan siendo, a la larga, víctimas ya que dichos grupos de poder terminan, mas temprano que tarde, soltándoles la mano y dejándolas libradas a su suerte.


Un verdadero "espíritu de cuerpo" corporativo debería adherir incondicionalmente a la legalidad de forma irrestricta y a la plena vigencia de los derechos humanos puesto que únicamente de esa forma se pueden preservar las instituciones de la manipulación política que a continuación se describe y que, lamentablemente reitero, sigue vigente. Ello, juntamente con el reconocimiento de la capacidad de asociación sindical (otra expresión de la vigencia de los derechos de los integrantes de las fuerzas de seguridad como trabajadores) son los medios para conservar legitimidad interna y externa y evitar ser objeto de utilización política coyuntural.


En 1998 el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires ofrecía recompensa por la captura de trece homicidas prófugos: diez eran policías y, entre éstos, cinco eran altos oficiales. Realidades similares son tristemente comunes a casi todos los países latinoamericanos. Pero en lugar de simplemente cargar las tintas contra la policía, bueno sería que analizáramos algunos de los motivos que las generan..

El deterioro de la fuerza policial y las fuerzas de seguridad y la responsabilidad del poder político o la policía como víctima del poder político.



El discurso político respecto de las fuerzas de seguridad se divide tradicionalmente en dos etapas claramente distinguibles:

1. En la primera, mantienen policías con recursos y salarios miserables, pero le permiten recaudar por medios ilícitos. Con ello aseguran subordinación a cambio de ámbitos de recaudación. En esta étapa afirman tener la mejor policía del mundo y descalifican como infundios lo obvio.

2. Cuando los escándalos se tornan incontrolables, el desorden de la institución le resta toda eficacia preventiva, y no pueden contener la información sobre homicidios, narcotráfico, robos y otros delitos, ensayan su segundo discurso: se horrorizan y atribuyen todos los males a los policías. A esta altura la policía esta destruida.

Toda persona razonable, se percata de la contradicción insalvable que implica admitir que la policía encargada de la prevención del delitos, recaude recursos mediante el delito.


También se da cuenta que con ello el personal: º decae en su autoestima profesional; º entra en el juego del doble discurso; º emprende una escalada delictiva que se torna imparable; º se desjerarquiza y desorganiza; º degrada su imagen pública; º abre una brecha insalvable con la sociedad; º pierde eficacia funcional.


Sin embargo, en lo político, por hipocresía, necedad, miedo o impotencia, se mantiene el discurso que debería ser denunciado, no sólo por esos efectos, sino porque también produce demasiadas muertes. º Muertes policiales: policías asesinados. º Muertes institucionales: fusilados y torturados. º Muertes por imprudencia: personas muertas por violencia innecesaria º Muertes por negligencia: personas muertas por defectos de prevención. º Muertes silenciadoras: venganzas y supresión de testigos. º Muertes políticas: por encargo del poder.


Ello nos lleva a la conclusión que la corrupción policial no existe, porque no es más que corrupción política.

Haciendo el simple cálculo en base al presupuesto que se asigna a cada destacamento policial y los gastos del mismo se observa que de ninguna forma esa unidad podría ser operativa. Sin embargo lo son y ello se explica mediante la existencia de "ingresos" provenientes de otras fuentes ilícitas. Estas fuentes van desde el cobro de una "tasa" a las prostitutas, a los levantadores de juego clandestinos (quiniela), a los vendedores de repuestos automotores robados, y una larga lista que sería difícil resumir. Esto no sólo es conocido por el poder político sino que es promovido activa o pasivamente. No se puede pretender seriamente que un efectivo policial arriesgue su vida, como lo hacen diariamente por el sólo hecho de vestir uniforme, por sueldos miserables y que eviten compensar ese sueldo con otros ingresos espúreos. Hacerlo significa lisa y llanamente condenar a la policía a perseverar en su accionar delictivo.


Por ello es que sostengo que la policía es al mismo tiempo víctima y victimaria. Víctima del poder político que la utiliza para sus intereses obligándola a plegarse al delito, forzándola a renunciar a la verdadera vocación de servicio de gran parte de sus integrantes y obteniendo con ello su complicidad o por lo menos su silencio ante los delitos (de una envergadura y victimización muy superior) que los gobernantes cometen.


Y victimaria porque deben ejercer la violencia (generalmente contra los sectores más humildes de la sociedad) para mantener el sistema tal cual como está planteado.


Una reforma policial seria debería comenzar, más que por los destacamentos, por los centros de campañas de los distintos partidos políticos. Erradicando el doble discurso y reinstalando a sus efectivos al rol de guardianes de la legalidad y no de cómplices en la corrupción. Luego, y sólo luego, podríamos hablar de una depuración policial reformulando el proceso de policización que tiende a fortalecer más el tan mentado espíritu de cuerpo que el respeto de la ley y el orden. Es un proceso arduo que llevará mucho tiempo en consolidarse pero del cual, sin duda, muchos de los efectivos policiales participarán gustosos pues el resultado del mismo será reinstalar a sus miembros en el lugar del cual nunca deberían haber sido desplazados, recomponiendo los lazos con la sociedad que actualmente se encuentran destruidos y recordándonos porque muchos de nosotros de niños veíamos con admiración y respeto a esos uniformados que combatían el delito.


Es por ello que estos párrafos más que una crítica hacia las fuerzas de seguridad debería ser entendido como un homenaje para aquellos que arriesgan su vida en un juego del cual son meros peones aunque a veces deben ejercer el papel de verdugos.

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