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Caballo de Troya



Indudablemente la incorporación de la tecnología conlleva una serie de beneficios para los individuos, pero paralelamente, el uso y consumo de la misma ha hecho reflexionar sobre las problemáticas que pudieran llevar a provocar.


Considero que, en la mayoría de los casos, no se trata se comportamientos nuevos, sino de “agravamientos” de los mismos pre existentes en la sociedad actual.


El consumo, sea de productos, como de información permite potencialmente alcanzar cierto grado de satisfacción que acerca, o aleja, al ser humano de la “felicidad”. Por otro lado, la carencia de los mismos (información en este caso) provoca insatisfacción y frustración y, en algunos casos, compulsión a incrementar, vanamente, el consumo de la misma y, consecuentemente, el deterioro.


Se navega, chatea, whatsappea, publica en Facebook, Twitter o cualquiera de los cientos de redes y medios sociales existentes como forma de emancipación, búsqueda de la individualidad, aprehensión del tiempo y del espacio, integración al trabajo y a la comunidad; en una carrera imposible de ganar por conceptos que están hoy vivos y muertos al mismo tiempo. Son conceptos relativos cuya re-adecuación y cambio es constante y su búsqueda determina un circuito que se retroalimenta con la variación de los mismos y los “medios” disponibles para alcanzarlos.


En esta búsqueda se sacrifican aspectos fundamentales de la sociabilidad y pueden llegar a determinar trastornos asimilables al consumo problemático de sustancias.


Las relaciones humanas se digitalizan en forma binaria bajo parámetros de “likes” o visualizaciones y se escinde la persona en flujos de información con dedos hacia arriba y hacia abajo como mecanismo de una falsa integración a la sociedad. Falsa por cuanto si bien resulta indudable que la incorporación de nuevas tecnologías facilita el aprendizaje en materia educativa haciendo accesible información que de otra forma difícilmente lo sería, por otro lado, determina cambios muchas veces negativos en la forma como niños y adolescentes para establecer relaciones con sus pares y con su entorno.


Asimismo, ese caudal de información forma un caudaloso río que se nutre de miles de afluentes que muchas veces suman sus aguas en la forma de paquetes de información que responden a intereses de quienes lo generan y carecen de validez. Este caudaloso río puede determinar que el navegante termine sumergido y sin capacidad de salir a flote y/o navegar hacia la orilla ante su inmensidad.


Más allá de la metáfora marítima, este “sin lugar” que contradictoriamente se promociona como forma llegar a conocer (conocernos, conocer al otro y a la sociedad en general), puede sumir al sujeto en la soledad al reemplazar el valor de la interacción con el otro, por un concepto de generalidad inespecífico. La desconexión se asimila a pérdida nos dice Alicia Donghi y se intenta garantizar la identidad mediante una creciente exposición a las redes mediante el uso de la tecnología, reemplazando la interacción cara a cara por publicaciones que nos “conecten” con esa realidad virtual que nos rodea. Esta multiplicidad de vidrieras virtuales incide en muchos casos en multiplicación de espacios sin comunicación unos con otros generando nuevos ghetos informáticos en donde los individuos muchas veces se aíslan, primero en grupos y luego entre ellos mismos.


En algunas profesiones, como la abogacía por citar un ejemplo, se recurre maliciosamente a una práctica similar a las que se puede observar en el acceso a la información. Se trata de “El caballo de Troya” en donde ante el requerimiento de la contraparte de una información específica y la obligatoriedad de ceder la misma, se la incluye dentro de cientos o miles de otros retazos de información dejando la ardua tarea de individualizar la misma al requirente.


La experiencia personal en la selección y clasificación de la información determinará el éxito o el fracaso del caso. Pero dicha experiencia se basa en una preparación adecuada adquirida a lo largo de años de estudio, pero, tan o más relevante, resulta la práctica que implica seleccionar la información individualizando aquella que resulta relevante de la que es superflua.


Fuera del ámbito de determinadas tácticas abogadiles, nos vemos inmersos en la necesidad de aprender y enseñar (nada fácil para quienes tienen edad avanzada y, por lo tanto, menos familiaridad para el adecuado manejo de los instrumentos tecnológicos casi inexistentes en sus orígenes) a los más jóvenes, cómo clasificar, individualizar, seleccionar, descartar y refutar, la lluvia torrencial de estímulos y retazos de información generados por las nuevas tecnologías que nos rodean.


Adicionalmente, como reiteradamente se señala en la bibliografía, el tiempo y el espacio resultan conceptos subjetivos, a lo que añadiría, la “realidad” que construimos basándonos en dichos parámetros; determinando en muchos casos que la integración de los fragmentos de la información que se ponen a nuestra disposición, en un todo, en una imagen que resulte entendible para el receptor de dicha información, sea una tarea casi imposible. Nos encontramos frecuentemente cómo un explorador dibujando un mapa de un territorio desconocido con paisajes que se desvanecen, montañas que súbitamente emergen ante nosotros y ríos que cambian de curso súbitamente mientras se los observa.


El éxito o del fracaso en esta tarea, determinará que terminemos siendo invadidos por los griegos aunque, con suerte o por desgracia, probablemente cuando emerjan de las entrañas del caballo ya no sepan cual era el objeto de su misión y simplemente terminen retratándose junto a los habitantes de Troya para subir a sus redes las imágenes y así obtener numerosos likes y la consecuente aceptación social.

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